Post de GP. A fines del mes de Marzo de 2001 una gran bola de fuego proveniente del noroeste cruzo el cielo de Minatitlán, era una tarde antes del anochecer cuando el objeto envuelto en llamas que descendía a gran velocidad del cielo, fue divisado por la oficial de policía Susana Olán Hernández quien caminaba en el estacionamiento del mercado Santa Clara hacia su puesto de guardia y se detuvo sorprendida ante el inusual fenómeno.
Cerca de ella, del otro lado de la avenida 18 de Octubre, los jóvenes empleados de la Funeraria Balderas quienes descansaban en varias sillas sobre la banqueta frente a su negocio, se levantaron sorprendidos al ver que, de la inmensa bola de fuego que no emitía sonido alguno, se desprendía una parte más pequeña que se dirigió directo a ellos asustandolos, mientras el objeto mayor parecía caer hacía Capoacan o la zona rural de Minatitlán.
El punto del impacto fue en el jardín de la vivienda localizada en el numero 130, junto a la funeraria, a donde corrieron los testigos a ver el fuego ardía emitiendo chispas y humo que podían ver perfectamente desde la reja de la vivienda.
El punto del impacto fue en el jardín de la vivienda localizada en el numero 130, junto a la funeraria, a donde corrieron los testigos a ver el fuego ardía emitiendo chispas y humo que podían ver perfectamente desde la reja de la vivienda.
Al empezar a surgir una columna de humo, la oficial policíaca decidió informar a la Unidad Municipal de Protección Civil a cargo de Guillermo Hernández Urbina. Minutos más tarde patrullas de la policía y unidades de bomberos se encontraban el lugar, pero no pudieron acceder debido a que en la vivienda no había ninguna persona y se retiraron al ver que el fuego se había extinguido.
Al anochecer se presento en la vivienda el vigilante Don Antonio Francisco, al que los vecinos pusieron al tanto de los hechos y quien en ese momento hizo un recorrido por el jardín sin observar nada anormal.
Al amanecer intrigado por los comentarios, reviso detalladamente el lugar encontrando en el pasto una zona circular chamuscada de aproximadamente 20 centímetros de diámetro. En dicho lugar recogió un pequeño objeto carbonizado con forma tubular, al que describió como una "canastita hecha carbón" que guardo para entregarla a los propietarios de la casa.
Al otro día al presentarse a investigar en el domicilio, elementos de la Policía Municipal se llevaron consigo la pequeña pieza con forma de tubo a la comandancia, la cual posteriormente fue recogida por un funcionario de Xalapa para hacerle una prueba de radioactividad.
Días antes, el 23 de marzo 2001, al otro lado del mundo la noticia mundial entre los especialistas era; ¡Rusia hunde la Estación espacial MIR en el Pacífico Sur!
Según lo planeado y con un notable éxito, el Control de Misión ruso ubicado en las cercanías de Moscú, modifico el desplazamiento orbital de la estación espacial de un peso de 135 toneladas lo que la condujo a una órbita baja y desde allí fue dirigida al “cementerio del pacífico sur”, una zona despoblada a 3.000 kilómetros al suroeste de las islas británicas Pitcairn en donde desde hace tiempo son arrojados otros deshechos espaciales en reingreso a la atmósfera. La riesgosa maniobra culminó finalmente cuando la escuadrilla de metales ardientes en que se convirtiendo la estación MIR desapareció en las profundidades del océano.
Ésta no es la única amenaza procedente del Espacio para los terrícolas. La Tierra es esfera en el Sistema Solar que se desplaza entre infinidad de objetos en continuo movimiento. Cuando cae algún objeto espacial a la Tierra puede tratarse de dos cosas muy diferentes: un meteorito ya sea un asteroide, cometa o polvo interplanetario o un trozo de basura espacial de origen humano. En este último caso, las consecuencias para los terrícolas son mucho menos graves.
Desde el envío en 1957 del primer satélite artificial Sputnik, se han realizado más de 5 mil lanzamientos al Espacio, una actividad que ha dejado tras de sí un volumen de desechos (satélites y cohetes fuera de uso, restos de colisiones, herramientas, etc.) estimado en 25 mil objetos que se traducen en 4 mil 500 toneladas de metal que giran aun sobre nuestras cabezas. Esta chatarra es la mayor amenaza de colisión para las misiones espaciales y los nuevos satélites. Un ejemplo curioso: durante el primer paseo espacial de un estadounidense en 1965, el astronauta Edward White perdió un guante que estuvo durante un mes girando alrededor de la Tierra a una velocidad de 28 mil km/h, lo que lo convirtió en la prenda de vestir más peligrosa de la historia.
Aunque la mayoría de los objetos se desintegra por completo al entrar en la atmósfera (siendo éste el mejor sistema conocido para eliminar la basura), no ocurre así con los elementos más grandes. Se calcula que desde 1958 han sido 62 los casos de fragmentos de basura espacial que han caído al planeta. Como ocurrió en julio de 1979 con la estación espacial Skylab, que se precipitó fuera de control contra la Tierra y dispersó unas 20 toneladas de residuos por el océano Índico y Australia. O como sucedió, esta vez de forma controlada, con la MIR en marzo de 2001.
Más peligrosos aún que estos voluminosos objetos, son cerca de 50 satélites rusos y estadounidenses abandonados en el espacio que contienen material radiactivo, los que no se desintegran en la atmósfera porque llevan un blindaje especial. Hasta 1988, se lanzaron decenas de satélites radiactivos y hoy quedan unos mil 300 kilos de desechos radiactivos que deben ir cayendo sobre la Tierra en los próximos años.
Es difícil calcular dónde impactarán los desechos espaciales debido a que estos objetos dan una vuelta a la Tierra cada hora y media, y duran en órbita unos quince años, así que una imprecisión de unos pocos minutos en su década de vida, puede suponer una diferencia de 15 mil kilómetros en la estimación de la zona de impacto. De hecho, a principios de los 90 un acoplamiento del Soyuz de un tamaño de 20 metros se estrelló en las montañas andinas entre Argentina y Chile poco antes de pasar por encima de Palma de Mallorca. Si hubiese caído 20 minutos después se hubiese estrellado en esa ciudad española.
Hasta ahora no se han producido víctimas humanas por la caída de estos objetos (se dice que en Cuba murió una vez una vaca aplastada, aunque tampoco da mucho crédito a la anécdota y se sabe de la muerte de varias ovejas de un rebaño en Australia). Pero sí se han producido episodios de contaminación radiactiva por la reentrada en la atmósfera de los satélites nucleares. En enero de 1978 el satélite soviético «Cosmos 954» dejó una estela radiactiva de 2 mil kilómetros de longitud al caer en el norte de Canadá.
Con todo, la verdadera amenaza para los habitantes de la Tierra no lo constituyen los artefactos creados por el ser humano, sino los objetos de origen natural que pueden llegar a cruzarse en algún momento en la órbita del planeta. Aunque estas son sólo estimaciones, lo que sí es seguro son los cerca de 170 cráteres encontrados por todo el mundo que prueban el impacto de grandes meteoritos sobre la superficie terrestre a lo largo de la historia. Desde el cráter de Chicxulub de unos 200 kilómetros de diámetro y sepultado bajo los sedimentos de la península de Yucatán y el Golfo de México, que se cree que es la huella del meteorito de unos ¿diez kilómetros de diámetro! que acabó con los dinosaurios, hasta el de Barringuer (Arizona) que está considerado el meteorito de efectos catastróficos para el planeta caído de forma más reciente, hace 50 mil años.
Afortunadamente en el caso del 2001 en Minatitlán, todo indica que se trato de una parte tubular o manguera de la estación espacial rusa, afortunadamente la parte más voluminosa, aparentemente cayo en un lugar deshabitado de la zona rural, de haber ocurrido un impacto en una vivienda o instalación petrolera, esta historia acapararía 8 columnas a nivel nacional.